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31/12/08

La caja.


-O sea... que te gustan los excesos.
-Me gusta todo lo que es excesivo, encuentro el placer donde el límite desborda.

Es mucho más fuerte que una simple caja de cartón, la tenía guardada bajo su brazo, mirándola recelosamente, la misma sensación de temor que cuando sabes que llevas algo de mucho valor y que perderlo sería fatal. Llegó ahí y dejó la caja en el suelo.
Se sentó sobre un contenedor de basura y estuvo un rato observándola, finalmente se alzó y le levantó la tapa a la caja.
Asomó un pie como si se tratase de probar cuán caliente está el agua cuando tomas un baño. Sumergió todo el zapato de charol, hasta los calcetines, hasta la espinilla, se tuvo que postrar en el suelo o no podría continuar, así lo hizo y comenzó a meter la otra pierna, cuando llevaba introducido hasta la cadera se tenía que sujetar al suelo con los dos brazos.
Ya llegaba el miedo, el frío, la piel erizada y sobretodo el dolor de los pezones.
De golpe. De golpe.

Ya dentro, no llevaba su ropa, de hecho no llevaba nada, y el frío había cesado.
Desde la uña del pie hasta la cabellera se sentía como en un pequeño horno.
Y es que no era nada demasiado diferente, el pequeño horno acabaría por cocerla, por dejarle a punto, al dente.

Pero pecó, pecó de excesiva.



Cuando quiso salir de la caja, su piel se había tornado fláccida y con pequeñas manchas, reveladoras de la inminente vejez que había adoptado por su pecado. El pelo era lacio y escaso, sus pechos habían caído y disminuido, y sus piernas se arrugaban al mínimo movimiento. Era tan vieja que la fuerza se le había escapado y le fue totalmente imposible alzarse para salir de la caja y empezó a asumir que su inminente futuro era ver como se iba deshaciendo poco a poco, parte por parte como si de una hoja de papel en un cubo de agua se tratase.

30/12/08

Obstaculiza la espiral de tu sistema nervioso.
Es la corriente eléctrica que recorre cada pasillo interminable de charcos de agua turbia donde nos vimos por primera vez, donde supe que lo nuestro no era nada más que electricidad.
Y era difícil poder resistirse a esas descargas voltaicas que despendes, el trance que supone acercarse a ti, el escalofrío que recorre la espalda de la persona que se abandona al sistema que tu ser propone.

Dices que es absurdo, que todo lo es, y te ries, y zas, hay un rayo que en ese momento sale de tus pequeños circuitos cerrados para estrecharse con mi sistema neuronal.
Descargas eléctricas.
Descargas eléctricas.

Al fin y al cabo no es fácil apartarse cuando recibes una carga voltaica, te quedas literalmente pegado mientras la mente se queda en blanco y dura y dura y dura y dura y dura y dura y dura y dura y dura y dura y dura y dura y dura y dura y dura y dura y dura y dura y dura y dura...

Creo que no me voy a despegar jamás.

Mi trozo de tiramisú.

Estaba saliendo de la cocina con un trozo de tiramisú encima de la palma de la mano, francamente asqueroso para el resto de la gente, pero asquerosamente divertido para mi. A dia de hoy me cuesta encontrar gente que tenga el mismo sentido de lo que es o deja de ser viable.

Ahí estaba el hindú mirando mi trozo de tiramisú.
Tiramisú.
El hindú mirando mi trozo de tiramisú.
Pues vaya, la verdad es que no me esperaba que estuviese en el diván.
No tengo ganas de ponerme a escuchar lo que me tiene que decir, pero es mi trabajo.
Es todo tan tópico,diván, butaca y la persona que escucha.
Pero ahí estaba yo, con mi trozo de tiramisú.
Me siento en mi butaca, aún oliendo el aroma del café espolvoreado por encima de la palma de mi mano.

-Creo que... nadie me comprende.
-¿Tu crees? -Le digo al hindú, que no aparta la vista de mi trozo de tiramisú.
-¿Soy yo?
-Tu eres.
-¿Qué soy?

Me levanto indignada.
Giro la cabeza y ahí estaba el dinosaurio cuadriculado.
-¿Y el hindú?
-...
Me siento en el suelo, se me eriza la piel, joder, hace frío.
Y ahí estaba el dinosaurio.
Mirando mi trozo de tiramisú con lástima y deseo.
Marcando la V con sus garras.